sábado, 26 de diciembre de 2009

El derecho a celebrar nuestra historia

Al acercarse el final de este año también se aproxima en el tiempo una de las primeras, y más importantes, fiestas granadinas. El día de la toma, conmemoración centenaria de la entrada en la ciudad de los Reyes Católicos y la consiguiente incorporación del último bastión nazarí al dominio de la incipiente nación española.
Y como cada año, también hace su aparición la polémica en torno a esta histórica celebración. Pues hay para quienes ese acontecimiento, insistimos, histórico, debe ser introducido en un baúl aparcado, arrojando la llave que lo cierra a lo más profundo del mar. ¿El motivo? Los hechos acaecidos no son de su agrado, no encajan con la moderna ideología de quienes denostan este festejo popular al que cada año acuden cientos de granadinos.

Este conjunto de opositores a la fiesta, granadinos y no granadinos en su composición, viene repitiendo desde hace unas décadas aspavientos sistemáticos, con mediano eco mediático y diminuto social, en un evidente intento por cambiar el estado de las cosas. Hasta tal punto es así que entre sus intenciones figura no la supresión de la fiesta, sino su transmutación profunda. Su idea es la de cambiar un acontecimiento que consideran rancio, ofensivo y fuera de lugar, a cuenta de la que para ellos es su evidente significación racista actual, por otro en el que, a pesar de faltar a la verdad histórica, se agrade no al conjunto de la población, sino a ese sector minoritario fuertemente ideologizado que ve en el mestizaje y los inventos multiculturales la panacea universal.

Pero detengámonos en la atrevida afirmación realizada. Faltar a la verdad histórica. Porque aunque pueda sonar a afirmación absoluta, con su consiguiente efecto pretencioso, así es. Lo contrario sería poner en evidencia la existencia de un enfrentamiento, complejo en su seno indudablemente, pero que durante ocho siglos de duración enfrentó a dos religiones y culturas sobre el suelo de la península ibérica. Y que a pesar de ese entramado enredado, lleno de pactos y traiciones, de héroes y villanos, culminó con las capitulaciones de Santa Fe y la posterior Toma granadina. Del mismo modo que la romanización de la península comenzó con el desembarco de Rosas, aunque existan catalanes que puedan considerar este acontecimiento una invasión imperialista.

La Historia admite, ello es lo que da lugar al debate y la investigación, interpretaciones varias. Lo que sin embargo no puede consentirse de ninguna forma es la manipulación, cuando no destrucción, de los acontecimientos que conforman la historia de nuestro país. Acontecimientos sin los cuales entender nuestra realidad resulta imposible.

Por este motivo, la respuesta ante ataques como el que cada año se realiza sobre esta festividad tan arraigada en Granada ha de apuntar en una única dirección; la de la rotundidad. Permitir que individuos con unos intereses políticos más que evidentes desdibujen la historia de nuestra ciudad y también de España, supondría cometer un error de dimensiones descomunales. Hechos centenarios como este, imprescindibles en la ulterior formación española, deben conservarse, cuidarse y mimarse como piezas únicas conservadas de ese gran puzle que es la historia de España. Ello, el poder mantener nuestra historia viva, alcanza de manera indudable la categoría de derecho. A defender frente a quienes aupados por subvenciones de la Administración y una ideología de cortas miras y mala leche pretenden arrebatárnoslo.

Nada mejor para ello, que acudir el próximo día 2 a la Plaza del Carmen acompañados de familiares y amigos, para gritar con la misma fuerza y naturalidad que estamos orgullosos de nuestra historia y queremos seguir preservándola.